A unos meses de salir de la preparatoria comencé a recabar información sobre los exámenes de selección de las diferentes
universidades públicas en el Distrito Federal y Estado de México. La primera opción
que tenía en mente era el IPN. La segunda era la UAM. Y resulta que la convocatoria
que primero se publicó fue la de la UAM, así que comencé a recabar los
documentos necesarios para la preinscripción.
Un jueves a la hora de la cena
les conté a mis padres lo emocionado que me sentía por ingresar a la
universidad. Ellos solo me miraron sin decir nada. Yo tomé esta expresión como
una aprobación, así que seguimos cenando en silencio mientras yo imaginaba mis días
como universitario. Terminada la cena, me retiré a mi habitación para continuar
organizando el papeleo necesario. Al día siguiente me levanté más temprano de
lo normal, asistí a mis clases con más entusiasmo que otros días y solo esperaba
la hora de salida de la escuela para irme rápido a mi casa y recoger la ficha
para ir a pagar mi cuota de derecho a examen.
Llegue casi corriendo a mi casa,
tomé la hoja y solo les dije a mis padres “voy
a pagar lo de universidad, regreso al rato”. Mi padre se paró frente a mí y
en tono firme me dijo: “Siéntate, tu mamá
y yo queremos decirte algo”. Lo miré a los ojos y sentí miedo. Por su
mirada entendí que lo que me dirían no era nada bueno. Me senté al lado mi madre,
temeroso y encorvado. Mi mamá me miró con lástima mientras mi padre sin sutilezas
me dijo que no me autorizaban hacer ningún trámite referente al ingreso a
cualquier universidad.
Yo les pregunté por qué y mi padre respondió: “Si yendo a la preparatoria tan cerca hay fines de semanas que no te
vemos, ¡imagínate que pasaría si te damos la oportunidad de asistir a una
universidad que se encuentra más lejos!
nunca te veríamos, y la verdad, preferimos verte trabajar en un lugar por aquí
cerca y saber que si tomas, no estás tan lejos, que estando en la universidad te
embriagues y no sepamos adónde ir a buscarte”.
Al escuchar esto me sentí
desilusionado. La emoción de ingresar a la universidad se desvaneció por
completo, ya que no era la capacidad económica la que me impedía seguir
estudiando sino la imposición de mis padres, pero sobre todo me sentía
bastante mal porque sabía que yo era el culpable de que mis padres tomaran
esta decisión.
¿Qué tuve que hacer para
convencerlos?... Se lo cuento en la siguiente….
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ResponderEliminar• La primera opción que tenía en mente era el IPN. La segunda era la UAM.
ResponderEliminar• Yo tomé esta expresión como una aprobación, así que seguimos […].
• Terminada la cena, […].
• […] me retiré a mi habitación […].
• Al día siguiente me levanté más temprano de lo normal[…].
• […] tomé la hoja y solo les dije a mis padres […].
• Mi padre se paró frente a mí […].
• Lo miré a los ojos y sentí miedo.
• Me senté al lado mi madre, temeroso y encorvado.
• Mi mamá me miró con lástima mientras mi padre sin sutilezas […].
• […] asistir a una universidad que se encuentra más lejos!
• nunca te veríamos, y la verdad, preferimos verte trabajar […].
• un lugar por aquí cerca y saber que si tomas, no estás tan lejos.
• Estando en la universidad puedes embriagarte y no sabremos adónde ir a buscarte”.
• […] ya que no era la capacidad económica la que me impedía seguir estudiando sino la imposición de mis padres […].
• […] pero sobre todo me sentía bastante mal porque sabía […]
• Se lo cuento en la siguiente….